¿En la cama… o el sofá?

Recientemente tuve un par de semanas libres, faltaban cuarenta días para las elecciones presidenciales y comenzaba la primavera. Como no iba a viajar y se habían paralizado todas mis demás actividades organicé una lista de proyectos que podía completar desde mi casa o en mi Starbucks local. Cuidadosamente elegí solo proyectos que fuesen necesarios y/o absolutamente posibles, incluí lavar y guardar la ropa de invierno (porque inocente, pensé que el frío había acabado), practicar un par de recetas que había archivado en mi libreta, acabar algunos libros empezados en las semanas (meses) anteriores, aprender a tocar el ukelele y liberar a palestina.

No quise colocar muchas cosas para garantizar que acabaría mis microvacaciones con la sensación de haber conseguido todos mis objetivos y naturalmente al final de las dos semanas había logrado hacer la mitad de las cosas, había desdeñado la otra mitad como aburridas, imposibles o prorrogables, tenía 18 libras menos que era el precio de un barato ukelele de principiantes con el cual aprendí los cuatro acordes recomendados por Axis of Awsome y habia comprobado que aun sabiendo esos cuatro acordes no puedo tocar con el ni la puerta.

Había previsto que tendría poco tiempo de dispersión dentro de mi apretado calendario de tiempo libre por lo que juzgué como una falta menor colocar la televisión en el momento que me tomé el primer café de mi primer día de vacaciones, sentarme al sofá, poner el primer libro de la lista a un lado, dejar el ukelele guardado en su cajita, subir los pies en una cómoda butaquita de madera. Tenía suficiente tiempo por delante… así, pasaron los días.

Tina Fey, la femme fatal

Tina Fey, la femme fatal

Por lo general tengo poco tiempo de mirar la televisión y cuando lo hago intento ponerme al día con alguna de las dos series de comedia que todavía sigo. Cuando solía tomar dos horas de tren para llegar al trabajo, leía el periódico todas las mañanas, ahora me entero de las noticias principales gracias a una rápida búsqueda en twitter o cuando mis compañeros de piso dejan el televisor en algún canal de noticias y el control remoto en algún lugar imperceptible desde el sofá.  Cuestiones que ahora considero básicas sobre las elecciones que se aproximan habían escapado a mi precario conocimiento de actualidad.

La política, sin duda el aspecto central de las sociedades modernas es solo en ocasiones igual de importante en la vida de los individuos. Intelectuales argentinos se quejaban, en las últimas elecciones presidenciales de ese país, de que solo un modesto porcentaje de la población se ocupaba de la política y esto solo en tiempo de elecciones y a pesar de lo que se diga sobre la tasa de corrupción aquí y en Pekín, sobre nuestra democracia de monos y el inalterable sistema de clases, la participación política es una de las pocas herramientas efectivas y pacíficas para cambiar la sociedad.

No estoy asegurando que si se dieran dos semanas de asueto nacional antes de las elecciones en países donde la participación política es baja el problema se resolvería… afirmaciones de este tipo las dejo a los científicos sociales. Creo sin embargo en la reivindicación del ocio como una de las recompensas ganadas en años de lucha por los derechos de los trabajadores.  Irónicamente, la participación ciudadana exige como requisito mínimo el tiempo de cama.

Lemon out

Lemon out

Arte perfecto

Me gustan las tiendas de los museos. He ido a museos donde me ha gustado mas la tienda que la exposición permanente. Siempre me he confesado lega frente al arte actual y en alguna ocasión, con  amigos mas inteligentes o mejor educados que yo he bromeado sobre el precio de alguna obrita incompresible hecha de cartón y silicona.

hace poco fui a una exposición en Toledo y el nombre de un cuadro de Miró -artista que estéticamente disfruto- aparecía tachado y reemplazado por otro. Me parece permisible que ignorantes de la materia como yo, confundamos o de plano desconozcamos nombres, precios, artistas y significados. Pero que cometan tales errores los empleados de museos y que encima no los oculten sino que los dejen ver tan despreocupadamente (quizás justificándolo con razones de índole artístico-intelectuales) me parece un signo de que el arte actual es sencillamente incompresible.

Fotografía tomada rápidamente en un museo toledano

Fotografía tomada rápidamente en un museo toledano

Errores de este tipo no ocurrirían con Las Meninas porque en un cuadro o hay meninas o no hay meninas. Y si un cuadro de esa época se llama Meninas es porque hay pintadas unas meninas. Este cuadro también se conoce como La familia de Felipe IV porque en el aparece la familia de Felipe IV.

Frente a cualquier obra de arte el espectador espera un mensaje y debería preguntarse que intenta comunicársele. El arte posmoderno, por ejemplo, pretende enfrentarse a los dualismos -bueno y malo, blanco y negro- de la cultura occidental, retar a la autoridad, revelarse contra obras y textos sacramentales.

El ciudadano promedio, acostumbrado a una educación quizás mas tradicionalista que revolucionaria, se enfrenta a las pinceladas que aparecen al azar, al plástico fundido sin ninguna forma perceptible o a la basura encerrada en un cubo trasparente, y se pregunta: «¿esto es arte?».

La pregunta queda sin respuesta, porque salvo en algunos museos donde puede comprarse junto con el ticket de entrada una grabación sobre el recorrido o si se va con un guía, las obras se presentan sin explicación alguna que las acompañe. Esto se interpreta como un acto de esnobismo por parte de los conocedores del arte, que lejos de creernos aptos para comprender la obra, obvian la explicación para divertirse con nuestras miradas desconcertadas. La respuesta de parte de la masa es entonces la burla: «la basura de mi casa es así, lo mismo». Hay comunicación porque hay discordia. Si el arte moderno pretende que la masa (ordinaria) se revele contra una élite (esnobista), consigue entonces así su objetivo.

Círculo perfecto

Círculo perfecto

La fama incidental

Ha habido dos personajes célebres llamados Margaret Hamilton. No están emparentadas. La primera fue una actriz a quien muchos recordarán por su rol como la bruja mala del oeste en “El mago de Oz” de 1939. En la vida real personificaba el arquetipo de la solterona (aunque en realidad era divorciada), también defendía los derechos de los niños y los animales y, antes que actriz, fue maestra de escuela. Eran otros tiempos en los que ese orden de cosas en el desarrollo profesional, si bien no era la regla, no era del todo inusual; Marilyn Monroe, por ejemplo, trabajó en una fábrica de municiones antes de ser descubierta allí por el fotógrafo David Conover.

Spinster

El arquetipo de la solterona- Spinster

La otra Margaret Hamilton fue una científica y matemática parte del equipo de ingenieros que diseñaron el Software utilizado para conducir el Apollo hacia y desde la luna. Quizás uno de los momentos más interesantes de su vida fue cuando logró aterrizar el Apollo 11 en la luna, luego de que una actualización en el sistema de radares casi hizo que la misión fuese abortada. Dicen que fue ella quien acuñó el término “ingeniería de programas” de forma similar a como Freud lo hizo con el “Psicoanálisis”.

La conocida foto de Margaret Hamilton con su código.

La conocida foto de Margaret Hamilton con su código.

La actriz murió en 1985. La ingeniera tiene hoy 76 años, lo que significa que nació en 1938, año en el que la actriz se divorció de su esposo.

No obstante, el nombre Margaret Hamilton no es uno famoso. No como lo es, por ejemplo Heath Ledger, a pesar de que el personaje de la bruja del oeste fue una vez reconocido con el cuarto lugar como mejor papel de villana en la historia del cine hollywoodense. Ni como lo es Melinda Gates, quién, con todo el mérito que merece, no aterrizó nunca nada en la luna.

La fama es una casualidad innecesaria, y no obstante siempre existente. Las sociedades humanas parecen necesitar de los famosos como un bien en sí mismo, sin que de estos personajes se derive ningún beneficio social.

Nuestra sociedad no es mejor porque sepamos todo lo que sabemos sobre la vida de las Kardashian, y muchos discutirían que de hecho, nuestra sociedad es peor por tener ese conocimiento.

Vale la pena discutir si realmente las celebrities tipo Kim “empeoran” la cultura popular, o si su celebridad es solo un síntomas de que la sociedad actual está ya bastante necesitada de desarrollo cultural e intelectual. Quizás, por concluir algo sencillo, se diga que lo que sucede es un círculo donde el vicio se retroalimenta a sí mismo. Nuestros famosos son a la vez un síntoma y una consecuencia de una carencia profunda de la cultura occidental.

Sea como fuere, la fama no es un indicador, o no necesariamente, de ningún logro real. Chávez no parece haber sido mejor mandatario que Mujica, pero si fue más conocido internacionalmente. Steve Jobs era famoso, pero sus méritos se ponen siempre en duda –los productos Apple no son siempre mejores que los de otras marcas, solo son más populares.

Quizás un ejemplo de lo absurda puede ser la fama es la familia Tards. Una pareja común y corriente, con hijos, que ganan adeptos en twitter por hacer un humor más físico que inteligente y por autodenominarse “Retardados”, palabra que de todas maneras, debía haber caído ya en desuso.

Lo único necesario para ser famoso en una cultura dominada por los Reality shows, es existir. Desde ese punto de vista, todo tenemos la única cosa esencial para alcanzar la fama, ya que no es ni siquiera obligatorio nacer con o desarrollar “factor X”.

Podría debatirse que el acceso a la fama viene dado por la capacidad para romper límites: morales, intelectuales, deportivos. El espectador quiere conmoverse con acciones que su habilidad no le permite realizar o escandalizarse al ver realizar a otros las cosas que su miedo al ridículo no le permiten hacer.

El ejemplo de las Margarets demuestra que no solo una capacidad inhabitual es necesaria. Ambas M. Hamilton rompieron límites y no consiguieron más que una porción del reconocimiento reservado a los famosos. La fama es, para la mayoría de nosotros, un estado incomprensible, estamos acostumbrados a su existencia, y es sin embargo un enigma. Una lotería, le puede suceder a cualquiera aunque no le sucede a casi nadie.

your name here

Miedo mamá

problem child

Por lo general, No quiero tener niños, salvo en las ocasiones en que caminando por algún parque me topo con una pequeña de cabellos largos, o cuando en algún autobús veo a un adolescente leyendo un libro.

Tan es así que no quiero tenerlos que he pensado: Ziana si fuese niña, porque significa valiente y Arcadio, como mi abuelo, si fuese varón. La gente que sí quiere tenerlos, así: “una hembra y un varón, la parejita”, como por ejemplo mi novio, mi exnovio y el que vino antes de él, en fin, que ese tipo de gente tiene en la cabeza la publicidad de Honda o de cualquier otra marca de vehículos, con los niños sentados sonrientes en el asiento trasero y unos padres tomados de la mano mirándose con satisfacción, mientras el padre conduce por una carretera sin tráfico. Tengo en la cabeza yo algo muy distinto: un chico sentado frente a mí, con un piercing de 3 centímetros de diámetro en la oreja derecha y algún tipo de modificación corporal en los brazos y su novia, tatuada de la gargantilla a la coronilla y yo sin poder ponerle el dedo a qué cosa es lo que no me gusta de todo aquello. Sintiéndome terrible por rendirme a los estereotipos, diciéndome a mí misma mi discursito sobre que cada quién puede hacer con su cuerpo lo que le dé la gana, pero conteniendo con dificultad una inminente reacción de repulsión por los dos jovencillos. El chico es mi hijo, digamos que mi primogénito, para agregar una nota Tchaikovskiana a la escena.

Que no es que me moleste el ocasional tatuaje de luciérnaga o de signo maya en algún lugar donde no pega el sol, y me llevo bien con el chico todo tatuado sentado a mi lado en el metro o recomendándome un libro de ficción en la biblioteca, pero sé que por una razón tan superficial como la estética no me encontrarían a mi yéndome a casa con ese chico después de una noche de copas. Y es que todavía podría soportar a un adolescente delgaducho con un túnel de un centímetro de diámetro en la oreja, pero la imagen de un chico fortachón, tatuado, rockero es de una masculinidad que siento que me agrede aunque no me toque.

Me atemoriza la idea, retirándonos ya de la situación anterior, de una veinteañera con cara de niña y falda debajo de las rodillas, camisa blanca abotonada hasta ahorcarse, suéter azul, que me habla de sus planes de unirse a una secta mega cristiana de derechas que prohíbe los trasplantes de órganos y niega la evolución. Y yo ahí, con mi ejemplar de psicología de las religiones escondido bajo el sillón intentando explicarle a mi hija –digamos otra vez que mi primogénita- las inconveniencias intelectuales de tales grupos sociales.

Me desanima incluso la idea, ahora que vivo en Londres, de un inglesito de valores intachables que en su adultez no sepa suficiente español para leer este artículo. Que no baile, no lea a García Márquez, y que vea en los inmigrantes una incomodidad necesaria para los trabajos más duros de la sociedad.

Opinará el lector que estos miedos son inocentes, por no decir irracionales, porque a los hijos los ha criado uno y la manzana no cae muy lejos del árbol. Y responderé que soy de la opinión de que eso de la crianza de la prole tiene mucho de coartarle la libertad a otro, de “esto no porque lo digo yo”, y que la carencia de explicaciones ha sido la marca esencial de la mayoría de las relaciones paterno-filiales que yo conozco. Y me parece que quizás, tenga que ser así. Que si no me quiero sentar a la mesa con la chica de cara de tinta que no usa productos de aseo personal como protesta política contra la P&G, tengo que coartarle la libertad a alguien, porque mis razones para la prohibición de tal forma de vida serían las superficiales típicas: la estética, el instinto, el sentido común sin basamento filosófico.

Me parece que admiraría el sentido de identidad del chico tatuado, que anhelaría el proceso de búsqueda de la veinteañera mojigata, la dedicación a los valores de su sociedad del caballerito inglés y que sin embargo no podría contener el impulso de pedirles por favor…y luego exigirles con amenazas, que dirijan el sentido de identidad, la búsqueda espiritual y los valores culturales a algo más a tono con mi propia experiencia. Me aterroriza que un panzón de tres kilos y 50 centímetros puede llegar a convertirse en la persona frente a la cual me deshago de los principios de libertad y justicia, de desapego a tradiciones insensatas que he mantenido toda mi vida. Que no podría decir “vete a tu cuarto sin televisión, ni internet” sin traicionarme a mí misma. Que mi vida con un niño sería un constante debatir posturas políticas simplificadas con un infante que invariablemente me mira con ojos de incomprensión. Y que mis actividades favoritas: leer, ir al teatro, viajar, tomar vino y estar en calma y en paz se verían supeditadas al horario de otro que con todo derecho impone sus necesidades frente a mi rutina.

Sin embargo, veo el atractivo de tener una razón para entrar a las jugueterías, de tener la obligación de repasar todos los libros infantiles y la oportunidad de poner a prueba todas las teorías que llevo años formulando en mi cabeza. Sería agradable tener a alguien a quien acompañar a su primer musical, a quien enseñar las fotos de la familia y a quien cuidar en los viajes al extranjero. Sería bonito, si tan solo se pudiese tener la seguridad, de que la chiquilla a la que le ha dado por cortarle la cabeza a las Barbies no será la próxima asesina en serie.

bad child

La guerra

Nací hacia el final de la guerra fría y de una forma que no logro comprender este hecho ha debido marcar mi vida. No vine a percatarme que había nacido en «tiempo de guerra» hasta ya bien entrada en la adultez. No recuerdo que en el colegio hubiese un capítulo sobre la guerra fría en el currículo de historia universal, ni de historia nacional, aún cuando América Latina entera era zona de influencia de los Estados Unidos y aún cuando mucha de nuestra política contemporánea toca los sucesos de la guerra fría.

Cuando se hablaba de Cuba, no se hablaba de la guerra fría. Y ni siquiera se hablaba de  la guerra fría cuando se hablaba de Rusia. Estaba ahí como una sombra solo vivible para aquellos que, nacidos bastante antes que mi generación, habrán vivido entre hippies y pacifistas.

Mis coetáneos europeos saben igualmente poco sobre la guerra en medio de la que nacieron. No entendieron ellos -porque nunca supieron- que el llamado Islam Político estuvo (por usar el pasado) apoyado por los Estados Unidos y que la Yihad era en principio otra estrategia de combate contra la Unión Soviética. Y aunque hoy el terrorismo se cuente entre sus principales preocupaciones, pueden ver solo la punta del Iceberg. Un avión que se estrella contra un edificio es mucho más que un intento de asesinar infieles y no es una cuestión religiosa, sino política, y no es meramente un acto de venganza.  Como tampoco es un acto de venganza la posterior intromisión de las potencias mundiales en los países donde residen las organizaciones terroristas, esto es también, y obviamente, una acción con interés político-económico, pero eso es algo que todos hemos aceptado sin saber exactamente lo que significa.

Convertimos en premisa simple «los estados unidos intervienen con la excusa de la democracia» un problema fundamental de nuestro tiempo. como simplificamos también «los políticos roban», «en África se muere la gente de hambre» o » el gobierno no hace nada por la gente». Convertimos en verdades irrefutables hechos puntuales sobre los que al final sabemos muy poco ¿Cuánto roban? ¿Quiénes se mueren? ¿Cómo se gobierna? son preguntas que quedan en el aire, porque nosotros, ciudadanos comunes, no podemos encontrar las respuestas.

Igual quedan para mi en el aire preguntas fundamentales sobre la esencia de la guerra fría, porque no pude comprenderlo, nunca me lo explicaron, las versiones que parecen mas completas son demasiado complejas para mi entendimiento… y finalmente sucede que tengo poco tiempo para sentarme a leer sobre la guerra y el tiempo que tengo quizás prefiero usarlo para otras cosas. Así y todo, yo nací durante la guerra fría, y de alguna forma que no puedo exactamente decir, debió de marcar mi vida.

Adiós a García Márquez

Cortázar admitió en una entrevista que él era un místico. Así, por una confluencia planetaria explicaba él ese momento en la historia que le tocó compartir con tantos talentos y por lo que en el mundo se le llama a ese espacio de tiempo “el boom latinoamericano”.

Hoy toca leer un poquito menos de Ilíada y un poquito más de la tía Tula y de Mamá Grande, por aquello que decía Martí de construir nuestras propias Grecias y no andárselas pidiendo prestadas a los otros continentes; por aquello de leernos para conocernos.

A Nuestra América se le ha apagado tantito el boom, pero siguen siendo satisfactorios el último ensayo de Vargas Llosa y las frases salteadas de Elena Poniatowska a la hora de dormir, como era releer cada año Cien Años de Soledad mientras todavía vivía el Gabo.

Y ahora, como bien ya hicieron los griegos por Homero y Hesíodo y los británicos por Shakespeare, nos toca seguir leyendo. Mueren los escritores sólo cuando nunca salen de los estantes de nuestras bibliotecas.

Venezolanos haciendo algo

Venezuela es un país relativamente pequeño: 31 millones de habitantes, lo cual no es demasiado si se lo compara con otros como México de 119 millones o Francia de 66 millones. Es por eso que siempre me da un no-se-qué de sorpresa cuando me topo con algún otro venezolano. Tengo la idea de que conformamos una ínfima minoría planetaria y que además estamos poco esparcidos por el territorio global. No hay ciudad en el mundo que no tenga un restaurante mexicano, un bar irlandés y un sushi bar. En cambio, creo que la presencia de areperas y restaurantes venezolanos se limitaba, hasta hace poco, a pequeñísimos lugares en algunos de los grandes receptores migratorios, como Miami, Nueva York o las Islas Canarias.

En fin, siempre tuve la sensación de que cuando decía que era venezolana la gente no sabía de qué les estaba hablando; sensación que venía amplificada por la ignorancia geográfica de la gente de los países que yo más comúnmente visitaba. Una de mis diversiones cuando vivía en España era inventar datos geográficos absurdos sobre países africanos, asiáticos o del cono sur y ver cuáles eran los límites de la credulidad de mis interlocutores. Un amigo de Guinea Ecuatorial me comentó como convenció a un conocido de que el plato típico de su país era feto de rata y luego se divertía preguntándose si realmente sería viable cazar y cocinar tal cosa, suponiendo que se descubriese que tiene importantes propiedades proteínicas.

Siempre pensé que daba lo mismo decir que era de Narnia o de Utopía que decir que era de Venezuela, nadie podía ubicar a ninguno de los tres en un mapa. Pero creo que este hecho está cambiando, los venezolanos nos estamos esparciendo y no se debe sólo a un fenómeno de diáspora. De hecho es una expansión que no depende, o no solo, de la presencia física sino de una presencia que podría llamarse creativa o intelectual. Y no es nuevo esto de que los venezolanos tengan presencia internacional: Simón Bolívar, Simón Rodríguez y Andrés bello, por ejemplo. América Latina no sería la misma sin este cacho de tierra en forma de elefante que es mi país.

Después de Chávez la gente comenzó a conocernos un poco más. Si no le vamos a reconocer nada mas, hay que aceptar que nos puso en el mapa de lo que era políticamente relevante, para bien o para mal. Recuerdo que cuando viajé a Turquía todos allí querían saber nuestra opinión sobre la revolución, pero parecían quedar decepcionados con cualquier respuesta que diésemos a favor o en contra. Desde ese momento yo concluí que si alguien parecía saber algo de Venezuela era porque sea persona estaba políticamente informada. Nuestra relevancia se limitaba a la lista de lugares políticamente interesantes y socialmente complicados.

Pero de nuevo, las cosas cambian. Y siempre está bien que a uno lo conozcan por quién uno es y no por quién a uno lo gobierna. Además los venezolanos somos más complejos que la derecha y la izquierda. Somos más bien una especie de laberinto que pierde el sentido hacia los extremos y vuelve a encontrarlo cerca del núcleo y si los chinos ya no lo hubiesen hecho, nosotros hubiésemos inventando el ying y el yang dentro de unos añitos. Algunos podrán pensar que somos una nación demasiado ocupada políticamente; pero la verdad, aún nos da tiempo a más.

Por ejemplo, hace mucho tiempo que sigo en YouTube un canal que se llama minutephysics y desde luego asumí que pertenecía a algún estadounidense, lo cual era obvio porque los videos están en inglés americano. Hace un par de días aparece en mi feed un video de este canal sobre la situación en Venezuela y me llamó mucho la atención que un americano con talento para explicar conceptos científicos complicados decidiese dedicar un video a mi país. Si no hubiese sido por este video nunca me hubiese enterado que la persona que realiza los dibujos para ese canal que llevo meses siguiendo es un profesor universitario de Ciudad Guayana. La sorpresa fue grata, algo así como cuando una vez caminando por Boston, me topé con un lugar que vendía Malta Regional.

Hace unos días me estaba comunicando con una Bloguera que dirige una nueva revista (que esta genial) y al comentarle que era venezolana me dijo que el chico que realizaba los diseños para la revista era caraqueño “¡que fino, vale!” La verdad me pareció un descubrimiento feliz porque la revista me había gustado mucho y si se puede sentir pena ajena ¿Por qué no orgullo ajeno?

Esa misma semana estaba buscando un cuarto para rentar en Londres y vi uno cuya decoración era muy agradable, con unos dragoncitos de origami colgados en el techo de la pequeña sala. Aunque no estaba en una zona que me conviniese, decidí mirarlo un poco más. Para mi sorpresa, el apartamento pertenecía a dos chicos venezolanos que buscaban una tercera persona para vivir. Me gustó el hecho de que justo ese apartamento hubiese llamado mi atención.

Sé que hay algunos connacionales que no sienten esta especie de concomitancia. Que ven la chaqueta de la bandera en una calle de Barcelona o de París y cambian de acera, y no lo voy a criticar. Pero yo por el contrario siento una conexión que se extiende a todo lo que es latinoamericano. Escuchar a un par de colombianos basta para hacerme sentir en casa cuando estoy por otros derroteros y ¿Qué se yo? Haberme enterado por casualidad que tres cosas que me gustaron eran hechas por venezolanos me hace sentir bien, aunque no sea nada excepcional. Y sobre todo me hace pensar que debe haber millones de cosas más, que me gustan y que las hacen venezolanos, y yo aquí pensando que las hacen los chinos.

 

Lo que es un mal día

En la vida hay eventos malos: la muerte de un familiar, los divorcios, los abortos espontáneos… que empañan nuestras tranquilas existencias. Para un latinoamericano esos eventos incluyen golpes de estado, protestas estudiantiles y viernes negros; son eventos que nos arruinan una velada, un mes, nuestros planes para las vacaciones o -porque a veces llega a eso- nos determinan para toda la vida; de todas formas son eventos puntales, aunque nos empañen toda la semana, lo malo son solamente ellos.

Pero ayer yo tuve lo que se puede tildar de un verdadero mal día; ni un evento político, ni cultural, ni natural preciso, sino un desfile de calamidades que me tocó ver desde la ventana. Y como siempre, las causas hay que empezarlas a buscar en el pasado; desde hacía unos días, debido al cierre por asamblea del colegio de médicos, me suspendieron el taller de cuantacuentos (¡oh!, perdón, narración oral)  al que asisto todos los miércoles y que es el vaso de buen vinotinto en la bañera de agua helada que son siempre los miércoles. Además, desde la semana pasada se vienen dando protestas estudiantiles.

Todo el mundo sabe que lo mejor con los estudiantes es dejarlos protestar, gritar consignas, quizás, si tienen razón (y a veces aunque no la tengan), hacer concesiones. De aquí a Pekín todos sabemos que cuando se trata de los estudiantes de universidades públicas, bajo absolutamente ninguna circunstancia es legítimo sacar una horda de militares armados, una tanqueta y agredirlos. Esos chamos tumban gobiernos, esos chamos destruyen edificios, esos chamos son jóvenes y son muchos y, por lo general, algo de razón tienen. Lo mejor es dejarlos que protesten, tranquen calles y se vayan a su casa cuando estén cansados. Nada les da más energía que lanzarles una lacrimógena y nada está peor visto en la prensa internacional. Pero el gobierno de Venezuela está demasiado absorto en sus propia corrupción como para reconocer esas verdades que todos sabemos. Además, la protesta en cuestión les sirve para desviar la atención de sus seguidores del tema de la devaluación y la escasez, entre otros. Y todo esto me sitúa en el día de ayer, miércoles 19.

Tenía previsto despertar a las 7, pero a las 6:40 sentí que me movían la cama (y no, no es lo que están pensando), se trataba de un temblor de magnitud 5,2 en la escala de Ritcher. Calculo que duró unos siete segundos, pues me dio tiempo de despertar, correr a la puerta, llamar a mi madre y aún temblaba. Para las nueve de la mañana ya había habido 3 réplicas del temblor y en otros asuntos, se había muerto Simón Díaz. Para mí, Latinoamérica es comer frijoles con carne y tomar papelón con un garoto mientras leo un libro de Beatriz Sarlo o Cien Años de Soledad y escucho a Simón Díaz cantar un tango (si alguna vez se cumple el sueño de una unión latinoamericana de naciones, esto tiene que estar en el himno). Pues sí, murió tío simón y con él se acabó una era… una era que podríamos denominar “Venezuela es mejor que Nueva York”.

Simón Díaz

  Mientras almorzaba, leí en twitter que había muerto Génesis Carmona, una Miss (porque si no, no sería Venezuela) herida en la protesta del martes. Lo lamenté mucho, por las razones obvias – esta pérdida es otra tragedia- pero además, porque si se liga esto a la anterior de Mónica Spear, adquiere una significancia diferente, ya que los concursos de belleza son prácticamente el deporte nacional y son, aunque a algunos les guste negarlo, un componente de la identidad nacional. Es decir, la identidad nacional recibió un balazo, lo mismo que las “Misses”.

Génesis Carmona

Sin nada que poder hacer en la tarde, con la universidad (donde trabajo) cerrada y sin taller de cuentería ni poder salir a la calle por el peligro que representaba, me acuartelé en mi casa a repasar algunos contenidos de una materia que vi cuando estudiaba (el ensayo en América Latina) y a escribir por whatsapp a mis conocidos y recibir de ellos noticias de lo que pasaba en las diferentes zonas de la ciudad.

Para cuando cayó la noche, la calle estaba tranquila, desierta. Los manifestantes se habían concentrado a unas 10 cuadras de mi casa y aquello, me contaba uno de mis mejores amigos, mientras me escribía mensajes en los que me trasmitía su miedo, se convirtió en una zona de guerra que el comparaba con la de Siria y otra amiga con la Alemania de la postguerra. Las balas rebotaban en la pared de su casa; desde un tanque de guerra un militar con altavoz gritaba que iba contra todos, que se fueran a sus casas; desde los edificios se daba refugio a los manifestantes y la sobrina pequeña de mi amigo tuvo que subir a la azotea para no respirar los gases tóxicos.

Yo veía en la televisión el discurso aprendido, repetido, carente de sentido de nuestro presidente, que consiste sencillamente en repetir la palabra «fascistas» (sin que aplique realmente a la situación) unas quinientas veces y hablar de un socialismo en el que todos sabemos, el gobierno no cree, en desviarse del tema de la corrupción y desmentir lo que de todas formas sabemos que sucede.

No fui a las protestas puesto que desde el principio me pareció una convocatoria desorganizada que podía salirse de las manos. Y porque no apoyo la salida del gobierno por una vía no democrática, cosa que estaba implícita en algunos de los llamados. En cambio quisiera que el gobierno se hiciese de una vez responsable y dejase de culpar a una “élite” que hace quince años no gobierna y para nuestra sorpresa nada ha mejorado. Por un lado dicen que tienen todo el poder y por otro que no pueden hacer nada porque este enemigo imaginario que es la derrocada oligarquía, no se los permite.

Después, vi un programa especial sobre la vida de Simón Díaz y a las doce de la noche decidí despedirme de los distintos grupos de whatsapp en los que estoy e irme a dormir. Escuché, para aclarar mi mente y olvidarme de las 24 horas anteriores, la historia de Iván el Terrible contada por Diana Uribe… Así habrá estado el día, que Iván el Terrible sirvió de canción de cuna.

Iván el terrible

Un poema y un bombón

Lo advirtió recientemente Vargas Llosa en su ensayo “la civilización del espectáculo”, nos estamos “poniendo tontos”, la cultura se nos resbala de las manos, cae al piso y se quiebra. Si no hacemos algo pronto, nos convertiremos en una sociedad absolutamente superficial en cuanto a su arte, pensamiento y política. Lo decía de una forma mucho más elegante en su libro y yo no lo creí hasta que recientemente me regalaron una caja de deliciosos Bacietti –que son iguales pero ligeramente más pequeños que los Baci- y que pretenden representar “el secreto de un beso italiano”, pero que han perdido el atractivo principal de la marca Perugina.

Descubre el secreto de un beso italiano

Porque lo mejor de recibir uno de estos chocolate fue, hasta este momento, las frases y poemas que se encontraban dentro. Junto a cada chocolate, una frase de Baudelaire o Shakespeare en los cinco principales idiomas de Europa. El chocolate era una placer, pero leer la frase, adivinar los idiomas, comparar las palabras y luego, si era suficientemente atractiva, memorizarla, era la mejor parte; yo misma coleccioné, de niña, los papelitos de los Baci en una cajita y los releía cada cierto tiempo.

Pero Perugina ha cambiado de estrategia y en el papel que acompaña a este bombón ocupa demasiado espacio un dibujo de la marca y solo de forma secundaria aparece una oración más similar a la fortuna de las galletas chinas que a los bits de literatura que tanto me gustaban. Mensajes genéricos como “Oggi è il giorno giusto per realizzare i tuoi desideri” (hoy es el día para realizar tus sueños) o “Affronta la vita con leggerezza” decoran los Bacetti, y solamente en italiano e inglés. En fin, no se comprende este cambio.

Por lo demás, el bombón sigue siento tan rico como siempre, porque al final, la nuestra es una cultura que se rinde ante el placer de los sentidos. Pero los placeres intelectuales, dice Vargas Llosa y también Sarlo, se han ido masificando a la vez que desintelectualizando, y han quedado reducidos al “vive la vida light; relax, dude” que es básicamente la recomendación (vita con leggerezza) que me dio hace unos minutos mi chocolate.

Vargas Llosa relaciona las causas de esta degeneración a lo que leemos, como nos educamos y qué ideas políticas consumimos. Yo que soy mucho más básica, miembro al fin de mi civilización del espectáculo, veo las diferencias en las pequeñísimas cosas y no en la macro imagen. Y si, lo del chocolate es una tontería, como lo fue cuando Lego dejó de vender los tobos llenos de piezas cuadradas y rectangulares de mi infancia, sobre las que solo te hacían sugerencia de lo que podías construir, pero con las que podías hacer realmente cualquier cosa (yo aún conservo este juguete) y comenzó a vender cajitas contenedoras de una arquitectura prediseñada, y que no da para mucho: un cohete puede ser solo un cohete y un tractor requiere que se compre una nueva cajita. Ya no se consiguen las toscas ruedas que podían colocársele a autobuses, autos de carrera o incluso a un barco para hacer como que navegaba muy rápidamente. En fin, que atrás quedó el tiempo del «What it is, is beautiful»…

Lo que es, es hermoso. Antigua publicidad de Lego

… y bienvenidos sean los tiempos del – como dice mi chocolate- «tomarnos las vainas light».

lo que vendía y lo que vende Lego. A la derecha, una rubia con limonadas.